Pacté un encuentro con Lisbeth, una chica que conocí entre esas redes sociales que me hacen antisocial, no tenía nada que perder y ella tampoco. Ella tuvo que dejar de lado los miedos típicos del caso, que yo resultara siendo un asesino en serie o una especie de loco turbado traficante de órganos. Y yo tuve que dejar mi escondrijo de hombre de las cavernas con ese ermitaño y rutinario estilo de vida que me ha dejado como secuela el término de mi vida universitaria. Pactamos a los 7, hora que ella después aplazo con un mensaje de texto. Es viernes por la noche, son las 8 y yo estoy en el lugar acordado.
La he mirado y me ha mirado, he sido testigo de como el viento otoñal ha bailado en sus cabellos húmedos y dictadores que se niegan a ser gobernados, todo alrededor se tornó en blanco y negro, dejando mi imaginación en un punto tan alto, que los cláxones de los carros me han perecido un pequeño silbido de aves nocturnas. Sentí de pronto algo incontenible, quizás explosivo y sentí más todavía, tan violento como inexplicable. La compañía de Lisbeth era intimidante aunque perfecta y entre cientos de almas cansadas que bullían por la ciudad, nos escoltamos con nuestras soledades, tan infieles, tan contracorrientes, tan paganas, tan anestesiadas por el tiempo. Los minutos pasaban de prisa mientras yo, sentía la misma conmoción de estar en una montaña rusa, mi estómago se entregaba al vacío de sus palabras y el único aire que en esos momentos respiraba, era el de su aliento nicotínico. – vamos a tomar algo? – le dije-. y su mirada dibujó una sonrisa en su rostro que se reflejó en el mío.
Hemos conversado de todo un poco durante el trayecto, quizás las cosas más elementales, toreábamos a los taxis en las esquinas y de vez en cuando, pequeños silencios presidían nuestra conversación. Llegamos a un bar y hemos pedido unas cervezas heladas, y ahí estábamos dos seres diferentes envueltos por el destino o la casualidad. Me ha contado un poco su estilo de vida, de la universidad, de su familia, de sus sueños truncados y rebeldes. Nos hemos reído pensando que el mundo es igual y nosotros diferentes; hemos encontrado en la música (sobre todo en el rock and roll) un detonante a nuestras vidas. En el momento menos esperado hemos huido como cómplices de nocturnidad del dichoso bar y su estruendosa salsa. Abordamos a un taxi rumbo al encuentro con el rock y la nicotina. La noche se puso mejor mientras escuchábamos el sonido de las guitarras eléctricas y la batería, todo pasaba más rápido entre el humo, la risa y el fragor del alcohol, pero también todo debe de acabar.
Tomamos caminos separados después, ella abordo su taxi y yo el mío; verla alejarse era como volver a la realidad, porque lo de esa noche fue magia. Me quede con la extraña sensación de volver a verla, con un millón de preguntas sin respuestas en mi cabeza y el eco de su risa en mi mente taladrando la razón. Lisbeth y yo, ahora tenemos motivos bohemios anti románticos y de toxicidad para recordar.