Mi peor defecto se llama ILUSION, es una enfermedad, un cáncer, si se detecta a tiempo te salvas, sino estarás perdido y morirás con esa infección generalizada mal llamada amor. Esa inmadurez emocional me ha llevado a ser una persona muy inestable y ese personaje imberbe que habita en mi juega con el papel de hacer sentir demasiado seguro al amor cuando recién esta asomando su cara.
Conocí a Camila como se suelen conocer las personas en estos tiempos de guerra; por la tecnología y sus redes sociales que no hacen otra cosa que envolvernos en una telaraña de falsas realidades paralelas. Camila no pasaba de ser una chica de lindas fotos, sexy y de sonrisa cínica, con los mismos gustos musicales y pasiones artísticas. Pero llegaría el momento en que tenía que pedirle una cita y mi corazón actúa como suele actuar cuando conoce a alguien interesante, me ilusiono, mi mundo se vuelve puro rock and roll, me esfuerzo de una manera descomunal por ser un gran chico y termino quebrado gracias a esa manía presurosa de jugar al amor. Grave error.
Eran un poco mas de las 10 de la noche cuando vi a Camila por primera vez, llevaba una corta falda negra, una blusa a medio hombro y su cabello negro azabache ocultaba la mitad de su rostro tan angelical como diabólico. Su voz era tímida pero sus ojos crispados, su sonrisa sínica me volcaba el alma y las ganas. Caminamos con las luces amarillas de los faros y los cláxones de los carros que matizaban un paraíso en el infierno de la ciudad.
Cerca de las 11 ya estábamos en un bar, yo bebía a sorbos lentos mi cerveza, mientras ella se encandilaba con su Martini, no solía ser muy conversadora, y yo no era muy locuaz que digamos, pero entre el humo de los cigarros y algunas risas temerosas empezamos a entendernos sin saber porque estábamos sentados ahí, uno frente al otro.
A la media noche decidimos huir del lugar, quizás huir uno del otro o de nosotros mismos. Cuando menos pensábamos, estábamos en otro bar, con otra gente, con otra música, pero con el mismo olor a nicotina y esas mismas ganas de seguir huyendo. Ya habían pasado las 12 y la 1, mientras seguíamos sintiéndonos como dos extraños o quizás ya nos conocíamos lo suficiente, pero Camila tenia algo en su mirada, algo que me decía: quiéreme esta noche, pero no me pidas que te quiera.
Eran ya las 2 de la madrugada y ya estábamos en otro bar, ahora ella bebía un mojito cubano y yo solo contemplaba esa mirada y esa sonrisa que me invitaban a sus labios; no recuerdo que canción tocaba la banda pero recuerdo que me le acerque y le cante al oído una canción de Bunbury, infinito y la bese, fue un beso tímido, fue un beso traidor, fue un beso de aquellos que saben a despedidas, ella me correspondió y quizás fue su forma de decirme: gracias por quererme esta noche, pero adiós.
Camila se fue, la noche terminó, y nuestra historia empezó y acabo aquella noche. En cada canción de Bunbury está Camila, la chica que alguna vez conocí y la chica que alguna vez me olvido cuando me conoció.